La delincuencia juvenil es uno de los problemas que suscitan mayor temor y preocupación por parte de la opinión pública.
La etapa en la que el niño deja a un lado la infancia para meterse de lleno en la adolescencia, es cuando los jóvenes experimentan y exploran diversos comportamientos de riesgo, por nombrar algunos de ellos:
- Pequeños hurtos
- Daños en el mobiliario urbano
- Inicio en el consumo de drogas, tanto legales como ilegales
- Exploración psicosexual
- Comportamientos autolesivos
Pero es muy importante saber si este tipo de actos son simples experiencias de los jóvenes que se manifiestan como parte del desarrollo, o si se prolongan en el tiempo, porque si fuera de esta segunda manera, podríamos comenzar a hablar de actividades crónicas y eso sí supondría un problema.
Según algunos autores, los indicadores que nos permiten distinguir conductas de riesgo potencialmente persistentes son:
- Inicio temprano de los comportamientos de riesgo
- Curso persistente de comportamientos de riesgo, en lugar de ser algo esporádico
- Ocurrencia simultánea de otros factores biopsicosociales y de comportamientos de riesgo
En definitiva, los profesionales debemos estar atentos a este tipo de actuaciones para poder llevar a cabo una intervención adecuada con el menor.