Últimamente he estado viendo el documental de Netflix “Inside the world´s toughest prisions” y me ha llamado mucho la atención un capítulo en específico.
Para quiénes no habéis visto el documental, os lo recomiendo, el periodista pasa unos días en las peores prisiones en cuanto a seguridad, principalmente en América Latina, aunque también en alguna europea.
Lo que más me ha llamado la atención es un capítulo en el que va a pasar unos días a una cárcel totalmente opuesta a lo que vemos en el resto de la serie, una prisión en Noruega donde apuestan totalmente por la reinserción del preso.
Noruega ha demostrado que tratar a sus presos como seres humanos funciona y mejora tanto la convivencia dentro de la cárcel, como mejora también la posibilidad de un futuro cuando los presos vuelvan a estar en libertad.
En el sistema penitenciario noruego tienen el llamado, principio de normalidad, según el cual el día a día de una persona en la cárcel no tienen porque ser diferente de un día normal en libertad, queriendo con ello conseguir que los presos no noten una brecha enorme cuando cumplan sus condenas y no sepan ni cómo es vivir nuevamente en sociedad.
La mayoría de los presos inician su condena en una prisión de alta seguridad, pasando más tarde a una de menor seguridad con la idea de crear una transición gradual de la presión a la libertad, en incluso algunos presos son transferidos a casa de adaptación cuando ya están finalizando su condena para permitir una existencia todavía más parecida a la vida fuera de la prisión.
Los países escandinavos tienen una alta tasa de reinserción gracias a la educación de los presos y a su sistema de prisiones, pero además también tienen una de las tasas más bajas de encarcelación del mundo. Escandinavia es una sociedad altamente educada donde las diferencias sociales son ínfimas, lo que evita que las personas tengan que recurrir a trabajos ilegales para sobrevivir.
Cuando un escandinavo –bien sea un islandés, un finés, un noruego o un sueco– es condenado por violación a la ley penal, es enviado a hacer parte de un programa de rehabilitación o socialización que incluye distintas actividades de orden pedagógico: música, arte, lectura e, incluso, agricultura. Bajo estas actividades aprenden el valor del trabajo y de la ética y el ejercicio de sus talentos naturales como fuerza productiva del país. En otras palabras, son formados intelectualmente, de modo que aprendan a integrarse en el mundo en que viven y a identificarse con su realidad.
Por tanto, la reinserción es posible siempre cuando haya educación.