Este tipo de criminología alude a factores sociales e individuales que permiten a las personas adquirir experiencias moldeando su forma de ser, lo que los “diferencia” de los demás.  

Dentro de este tipo de criminología toma especial relevancia la aportación del psicólogo Howard Gardner al establecer que los individuos tienen no solo una, sino varias inteligencias que pueden desarrollar a lo largo de su vida usándolas de manera diferente según el contexto en el que nos encontremos.  

En el campo criminológico las más relevantes son la inteligencia interpersonal e intrapersonal, ya que su deficiencia hace que los individuos sean más vulnerables a la influencia de factores criminógenos, porque en los individuos existen 3 variables temperamentales: la impulsividad, la búsqueda de sensaciones y la empatía. Todas ellas tienen una base biológica pero sus efectos pueden ser modulados a través de un aprendizaje adecuado.  

Analizando cada variable por separado podemos ver que: 

  • La impulsividad. Hay dos sistemas neuronales relevantes como son el Sistema de Inhibición Conductual (SIC) responsable de activarse para relacionar diferentes situaciones y comportamientos con el miedo y la ansiedad, lo que conllevaría una inhibición de determinadas conductas; por otro lado, está el Sistema de Activación Conductual (SAC), responsable de iniciar los comportamientos que buscan un estímulo positivo.  

Teniendo esto en cuenta, las personas con tendencias impulsivas no ven recompensa alguna  en tener una conducta conforme a la ley, por lo que no experimentan miedo o ansiedad a los  castigos que su actuación les pueda acarrear. 

  • La búsqueda de sensaciones. Esto se basa en la búsqueda de nuevos estímulos cuya obtención puede acarrear algún riesgo. (Todos sabemos que hacer algo que sabemos no es correcto, nos genera una sensación de bienestar provocado por la adrenalina que libera nuestro cuerpo) 
  • La empatía. Es la capacidad de percibir, compartir o interferir en los sentimientos de los demás, basada en reconocer al otro como similar; implica tener la capacidad suficiente para diferencias entre los estados afectivos de los otros, así como la habilidad para tomar perspectiva, tanto cognitiva como afectiva, con respecto a la otra persona. 

En definitiva, la conducta antisocial es el resultado de una percepción errónea que tienen los victimarios sobre las acciones constitutivas de delitos que llevan a cabo o, dicho de otro modo, los autores de un delito entienden que sus actos están justificados.  

Este estilo de afrontar los actos surge de las experiencias que su entorno les proporciona, es decir, los individuos somos sometidos a determinadas situaciones que nos van a proporcionar una experiencia concreta que reforzará nuestro comportamiento actual y probablemente también afecte a nuestros comportamientos futuros.